Con tus dedos trazas la senda, fuego líquido en mi piel, lenguas clavadas, costados marcados a hierro. El deseo susurra tu nombre entre latido y latido. No me puedes evitar, vivo en la caldera del volcán y te he de poseer, aunque sea lo último que haga. El calor sube en espiral. Mírame a los ojos.