Hay madrugadas que despierto y debajo de mi cama vive una pantera oscura, de tamaño imposible. La muesca salvaje, los ojos ardientes. Nunca me va a dejar en paz, ronroneando como el motor en marcha de todo lo malvado. Lo contrario del amor no es el odio, es el vacío que dejas. Los besos que nunca darás, los paisajes sin alma, las almas sin ventana. La pantera se sienta en mi pecho y ruge en mi cara, relamiéndose los bigotes tan cerca que puedo oler lo que almorzó anoche. Yo, que quería ser arco irises y sonrisas anchas, me quedé quieta, esperando el asalto, en silencio mortal, sin poder dejar de mirarla fijamente a los ojos. Cinco, cuatro, tres, dos...