La fiebre no le dejaba pensar…»Sé que tengo que comer algo» – pensó – «…pero mi garganta parece haber encogido dos tallas y no me baja nada». Sopas calientes, sudores fríos. La gripe la había dejado fuera de combate.
Se quedó frita con la tele encendida. Como regla general, cada vez que Marta se había dormido con dolor de cabeza, las pesadillas hacían su aparición. Ratas gigantes, su antiguo profesor de Filosofía del Derecho…Lo normal. Pero esta vez el sueño era incalificable. Debía haber estado escuchando uno de estos programas tipo “cuénteme su vida, cuanto más triste y propia de culebrón, mejor”, porque tuvo el más extraño de los sueños.
Una sintonía pegadiza acompañaba a los títulos de crédito, la cámara recorriendo una audiencia que aplaudía desaforadamente a la presentadora, rubia ella, cabello rizado y rímel indestructible, ya se sabe, por si se llora que siempre queda bien patético en cámara y sube los índices de audiencia.
De repente, los aplausos murieron y la cámara enfocó un primer plano de la rubia. Vestida como un anuncio de Mark & Spencer para aficionados a la salsa, da la bienvenida con acento cubano al público «aquí y en casa», como si las casas de los telespectadores fueran suyas en parte, aunque sólo fuera por un rato. El tema de hoy: «¿mejores amigas, más que amigas?». La audiencia en el estudio empieza a aplaudir de nuevo con brevedad, obedeciendo con rigor las instrucciones del productor que enciende y apaga el cartel de «aplausos».
La sintonía suena de nuevo y la rubia, que por alguna razón se llama Agripina, introduce a la primera invitada del programa, una señora muy alta, morena con cabello largo y ojos azul cielo, vestida de cuero y con pinta de no andarse con chiquitas. Lleva una espada a la espalda y un extraño círculo en la cintura, demasiado pequeño para ser un «hulahoop», demasiado grande para ser un pendiente. Según la rubia, que si a Patricia le preguntabas se parecía un montón a la madre de su vecina Paca, la invitada viene directamente de Grecia para la filmación del programa y su nombre es Xena, pronunciado «psina». Una minúscula ronda de aplausos y la tal Agripina inicia la entrevista.
«Y dime, Xena, ¿a qué te dedicas?».
«Bueeeno, un poco de esto, un poco de aquello, ya se sabe, aquí me liquido un par de malvados, allá me voy de excursión a China para quitarnos de en medio un emperador…»- Xena suspira – . «Lo corriente cuando una está en busca de redención después de haberse pasado de canalla y habiendo opositado para ‘destructora de naciones’. Casi siempre me acompaña mi mejor amiga y luz de mi vida, Gabrielle».
«A ver» – dice la rubia, consultando sus notas – «Me dicen mis productores que tu amiga Gabrielle tiene 21 años» – un murmullo recorre la audiencia – «¿qué edad tenía cuando dejó a su familia para ir a la aventura contigo, por esos mundos de dioses?».
Xena se revuelve incómoda en la silla, que de todas maneras le queda grande.
«Esteeee…17» – la audiencia contiene un suspiro colectivo – «¡Pero era muy madura para su edad!» – puntualiza Xena, mientras el público del estudio cuchichea asombrado – «¡Ahora tiene casi veintidós…!» .
La rubia alza el micrófono de mano ante su cara y deja pasar unos segundos para dar mayor efecto a lo que va a decir.
«Y cuéntanos, Xena, ¿cómo se tomó la familia de Gabrielle que se fuera de casa?».
«Creo que ya se han hecho a la idea…».
«Pero no estaban muy contentos con que su pequeña Gabrielle se marchara de casa antes de ser mayor de edad rumbo a lo desconocido, con una guerrera de mala reputación sin oficio ni beneficio, siempre en peligro, durmiendo al raso, sin seguridad económica de ninguna índole…».
La rubia está de espaldas a Xena y parece gustarle su pose de fiscal general, porque quiere continuar con la andanada, pero Xena la interrumpe con poca cortesía y perdiendo un poco los estribos.
«¡Oiga, doña, que no es para tanto!»- dice Xena, acercándose a la presentadora con cara de pocos amigos, como un halcón rondando a su presa. Xena sonríe y a Agripina no le hace ninguna gracia, los ojos azules inyectados en sangre. La rubia traga saliva y se siente plato del día, así que da paso a la publicidad y calcula la distancia entre donde ella está de pie y la salida más cercana, por si acaso la guerrera no se calma un poco con los anuncios.
A la vuelta de la pausa comercial, la sintonía suena de nuevo y sentada junto a Xena está Gabrielle, vestida a la guisa de la tercera temporada, con la blusita verde que cada día encoge más. La presentadora todavía da señales de estar vivita y coleando, así que no ha llegado la sangre al río, aún no, al menos. Xena parece que echa humo por la boca, Gabrielle la observa preocupada y la toma de la mano. La guerrera parece apaciguarse al contacto con el bardo. La rubia carraspea, tratando de no mirarle a los ojos.
Uno de los productores del programa, con los auriculares en la cabeza, se hace paso entre los cientos de cables que pueblan el suelo y empieza a contar en voz alta y con los dedos del cinco al uno.
– Buenas tardes de nuevo- dice la rubia Agripina, dirigiéndose a la audiencia que le sigue a través de la cámara con el piloto rojo encendido – Volvemos al set del Estudio 13 de Televista para continuar nuestra charla con Xena y su mejor amiga, Gabrielle. A diferencia de Xena, Gabrielle ha estado casada, pero ahora es viuda.
La entrevistadora se arma de valor y sube el par de peldaños que la separan de las tablas centrales del estudio, donde están sentadas las dos mujeres.
– Gabrielle, toda la audiencia, aquí y en casa, se pregunta qué fue que te hizo dejar a tu familia y a tu prometido para viajar con Xena.
Gabrielle se queda pensativa un segundo, con la mirada prendida en el infinito, luego, con Xena en el rabillo del ojo, comenta sobre su afición por los libros de viajes que devoraba desde que aprendio a leer, la miles de preguntas sobre las constelaciones que hacía a quienes quisieran contestarle en Potidea, las noticias de los juglares, los mundos maravillosos que se adivinaban más allá del camino…
– Mis padres, no me entienda usted mal, son buena gente, pero nunca comprendieron que yo quería algo más que casarme con un hombre sin ambiciones y vivir en la misma villa toda mi vida. Además, yo no lo sabía entonces, pero Xena es mi alma gemela.
Xena dirige a Gabrielle una sonrisa confiada y adopta una postura menos tensa en su asiento.
Agripina contraataca.
– No obstante, últimamente las cosas se han torcido un poco…¿Es cierto que Xena intentó matarte arrastrándote tras su caballo?
Xena se vuelve a revolver en el asiento, soltando la mano de Gabrielle, mientras ésta tose brevemente y contesta acto seguido a la presentadora.
– Xena estaba fuera de sí, me temo, con todo el asunto del asesinato de su hijo Solan por mi diabólica hija Esperanza…En parte tenía razón…- Xena alza una ceja inquisitiva en la dirección de Gabrielle- …pero arreglamos todo el asunto en Ilusia, en fin, pelillos a la mar y aquí paz y en el Olimpo, gloria- terminó la rubia amazona, restándole importancia – .
Agripina busca una cámara a la que dirigirse directamente y encuentra un pilotillo rojo enfocándola, haciéndola sentir en su elemento.
– Ahora la pregunta que está en la mente de todos los telespectadores, – la presentadora se gira para mirar a la cara a sus dos invitadas- ¿han tenido ustedes relaciones sexuales?
Gabrielle, que estaba aclarándose la garganta con un vaso de agua, casi se ahoga del susto al escuchar la pregunta, rápidamente ubicando a su amiga del alma, que, como siempre, se mueve más rápido que nadie y, antes de que Agripina se dé cuenta, se encuentra a su lado y ha colocado su característico “toque de la muerte” con sus dedos en el cuello de la presentadora.
– ¿Y a usted qué tártaro le importa?- dice Xena, mientras lanza una mirada de las que matan, literalmente además, en un tono que no dejaba lugar a dudas- ¡Vieja entrometida!.
– ¡Xena!- Gabrielle reprende a su amiga levantándose de su butaca.
En ese preciso instante el teléfono sonó y Marta se despertó sobresaltada, con una tortícolis terrible por haberse quedado dormida en el pequeño sofá del salón, con la tele encendida y el ruido de fondo de la programación de media tarde.
– ¿Diga?
– ¿Marta? Marta, soy yo, Mónica, ¿cómo va esa gripe?- preguntó desde el otro lado del hilo telefónico.
– ¡Genial! Casi he recuperado mi sentido del gusto y del olfato y mi cabeza ya es de tamaño normal. ¿Algún problema que requiera mi inestimable colaboración?
– Hmmm, ya veo que estás mejor que ayer, hoy tu voz no parece tan tomada- Mónica dijo- Mira, te llamo porque, en fin, ¿te acuerdas de la morena de la otra noche, la compañera de Alberto?- Marta asintió con un sonido gutural- Ha vuelto esta tarde para inscribirse como voluntaria, ha preguntado por ti y le he notado en la cara la desilusión al enterarse de que estabas en casa presa de la epidemia de gripe. Luego se lo ha pensado un poco y me ha dicho que si te veía que te diera su teléfono, que quería hablar contigo para que la introdujeses a la asociación…Como si aquí no hubiese más gente para “introducirla”. ¡Martita, aquí hay tomate!- .
Marta se puso colorada y empezó a atusarse el flequillo con la mano libre, con aire inocente.
– ¿Sí, de verdad?
– Yo, que te conozco, sé que no sales con extraños, especialmente si son morenos, de ojos azules, altos y peligrosos…- Mónica le estaba tomando el pelo y disfrutando con ello- ¿Quieres su número?
– Deja que encuentre lápiz y papel- contestó Marta sin pensárselo dos veces.
– Je, je…¡Claro, aquí te espero!
Marta se sentó junto al teléfono por quinta vez, con un pedacito de papel en el que había garabateado el teléfono de Patricia quemándole en la mano. Era el número de un móvil. Finalmente, se decidio.
– ¿Diga?- la voz de Patricia era firme y dulce a la vez. No había reconocido el número que salía en la pantalla digital de su teléfono móvil.
– Hola, Patricia- Marta carraspeó- Soy Marta, de Alerta Norte, ¿te acuerdas de mí?…
“¡Marta! Claro que me acuerdo de ti, tonta, que si no me acordara no me habría presentado voluntaria sólo para poder hablar contigo otra vez”, pensó la joven abogada, suspirando.
– ¡Ah, claro! ¿Te dieron mi recado?- “obviamente, anda, propónle salir a tomar un café o algo, no seas parada”– ¿Marta…hmmm…te gustaría ir conmigo a tomar un café o algo para hablar de…Alerta Norte? – “¡qué disimulado, no se te ha notado nada!”.
Marta sonrió y preguntó:
– ¿A qué hora?
– Vamos a ver- contestó Patricia, consultando su reloj de muñeca – Son las cinco y media…¿A las siete en Sol, junto a la estatua del oso y el madroño?
Marta hizo un cálculo mental del tiempo de que disponía, necesitaba al menos una hora para estar lista y quince minutos más para llegar hasta Sol. “¿Y qué me voy a poner? Arreglá pero informal, como decía Martirio…¿Chandal con tacones? ¡Ni se te ocurra!”.
– A las siete me va bien.
– Bueno, Marta, pues hasta luego.
– Hasta luego.
Y colgó.
Marta se puso de pie y echó una mirada alrededor. Recogió un poco la sala de estar, tirando en la papelera todos los kleenexs usados y colocó en el botiquín del baño los jarabes y antibióticos repartidos por toda la casa. Al cerrar la puerta del armarito, se observó a sí misma en el espejo.
– ¡Espero que sepas lo que haces!- se autosermoneó en voz alta.
Una hora y media más tarde, pagó al taxista y saltó a la acera. Había estado nevando, así que el pavimento estaba un tanto resbaladizo. Planchó con las manos enguantadas el abrigo negro, bajo el cual llevaba un traje chaqueta y pantalón gris a rayas y una camisa de satén verde botella. Oteó el horizonte en busca de Patricia. Casi como por arte de magia, la morena la divisó a su vez y caminó a su encuentro. Marta aprovechó ese instante para observar a Patricia, que vestía una falda negra, una camisa de seda negra y un abrigo de cuero negro que le cubría hasta la altura de los tobillos, enfundados en unas botas negras de caña alta. Por un momento Marta pensó que había quedado con Loquillo para tomar un café, en vez de con su joven colega.
– Hola- dijo Patricia, dándole un beso en la mejilla a la recién llegada.
– Hola- dijo Marta, que devolvio el beso y, para variar, no sabía qué más decir.
– ¿Te apetecen churros con chocolate en vez de café? Conozco un lugar aquí al lado donde los hacen de muerte.
Marta sonrió asintiendo con la cabeza y caminó junto a su nueva amiga hacia la churrería, esquivando los transeúntes que a esa hora recorrían las calles de la ciudad.
– ¿Hace mucho que me esperabas?- preguntó Marta, sintiéndose culpable por no ser capaz de entablar antes conversación – .
– No, acababa de llegar cuando te vi saliendo del taxi – Patricia sostuvo la puerta de la cafetería y esperó a que Marta pasase primero.
Después de ordenar chocolate con churros para dos, Patricia empezó a jugar con la solapa de su camisa, pensando que debía decir algo pronto, antes de que la rubia se aburriese y decidiese marcharse. En esa disyuntiva se encontraba cuando Marta empezó a charlar animadamente sobre Alerta Norte y el trabajo que hacían los voluntarios, agradeciéndole a Patricia que tuviese interés en unirse a la asociación. Patricia, por su parte, sonreía y asentía de vez en cuando con la cabeza y otras exclamaciones como “ajá”, “sí claro”, etcétera, más interesada en el continente que en el contenido del discurso. La boca de Marta era como una máquina de propaganda y publicidad, “y qué máquina tan hermosa es ésta”, pensó Patricia. “Incluso con esa gotita de chocolate en el quicio del labio superior”, suspiró, “¡quién fuese servilleta!”.
Una mujer rubia de aire escandinavo que aparentaba escasamente rondar la treintena se acercó a la mesa y palmeó el hombro de Patricia para anunciar su presencia.
– ¡Ah, Karen!- dijo Patricia – Hola, ¿Cómo estás? – .
– No tan bien acompañada como tú, me temo – contestó Karen, dirigiendo una sonrisa con cierto toque de curiosidad a Marta- Hola, me llamo Karen y soy una vieja amiga de Patty, que, tan descuidada como siempre, ha olvidado presentarnos- .
– Mucho gusto, yo me llamo Marta- dijo, aceptando el beso en la mejilla de Karen.
– ¿Qué tal te van las cosas, Patty? ¿Cómo sigue tu madre? – preguntó Karen, mirando intensamente a los ojos azules de Patricia.
– Ya sabes, como siempre- .
– Dale recuerdos de mi parte- .
– Descuida- .
– Se te echa de menos, llama cuando puedas…Ahora me tengo que ir, me esperan en la puerta. ¡Adios! Marta, encantada de conocerte- terminó Karen, dándose la vuelta para seguir su camino- .
Marta no podía evitar pensar en que el intercambio entre las dos mujeres tenía un significado más profundo del que translucía a primera vista.
– Parece simpática- comentó Marta cuando la rubia había salido del local.
– Hmmm, supongo que sí – y Patricia añadio- Vivimos juntas durante dos años- .
– ¿Compartíais piso? – inquirió Marta.
– Es una larga historia… seguro que no te apetece oírla- .
– Sólo si a ti te apetece contarla- puntualizó Marta.
Patricia se perdio momentáneamente en los ojos verdemar de su compañera de mesa, preguntándose porqué de repente le apetecía tanto hablar sobre el “asunto Karen” con Marta, cuando era un tema tabú por traerle malos recuerdos. Sin embargo, no era muy recomendable impresionarla con amores desafortunados en la primera cita.
«¿Es esto una primera cita?», pensó para sí.
– En fin, antes de empezar con tonterías semejantes, mejor te invito a cenar- sonrió Patricia.
– ¡Estupendo! La verdad es que los churros es lo único que he tomado en todo el día, esta mañana todavía no me sentía del todo repuesta, pero mi apetito ha vuelto…- añadio con ojos entre divertidos y culpables- Hay un restaurante gallego a dos manzanas de aquí que me encanta, por cierto, pero te he de avisar, soy conocida por mi buen apetito. Mi saque es mitológico.
Patricia observó sorprendida a su joven acompañante y dijo en voz alta:
– ¡Ya será menos! – .
– ¡Quedas advertida! – .
Ambas mujeres dejaron la churrería en pocos minutos, entre risas, ajenas a una figura misteriosa que las vigilaba desde la distancia, en el anonimato de la muchedumbre que pululaba por la calle. La figura sacó un teléfono móvil del bolsillo de su abrigo y habló al auricular con voz femenina.
– Sí, parece que tiene una nueva amigüita. Van a pie, voy a seguirlas, te llamo luego. Ya, ya lo sé, no se ha dado cuenta, deja de joder. Te llamo luego- y desconectó el teléfono.